AHORA, EN SEPTIEMBRE DE 2021, DESTACAMOS DE NUEVO ESTE TESTIMONIO PUES TENEMOS LA NOTICIA DE QUE RAFAÉL, AHORA DIÁCONO, HA SIDO DESTINADO A NUESTRA PARROQUIA.
Rafael Marina Castellano fue ordenado diácono el sábado 15 de mayo de 2021, festividad de San Isidro Labrador, a las 18.00 horas, en una ceremonia presidida por el obispo de Getafe, D. Ginés García Beltrán, en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en el Cerro de los Ángeles y ya en este mes de septiembre empezaremos a verle por la parroquia.
¡Bienvenido a tu casa!
Este domingo, 17 de marzo de 2019, hemos celebrado el día del Seminario, el seminarista Antonio nos dió su testimonio en las Misas del domingo y Rafa, ha querido darnos su testimonio para nuestra página.
Muchas gracias por vuestro Sí al Señor, por vuestra ayuda en la parroquia y por vuestro testimonio, rezaremos por vosotros.
Celebrar el Día del Seminario ha sido para mí la oportunidad, como cada año, de echar la vista atrás y contemplar la acción de Dios en mi historia. Es siempre un motivo de alegría y de impulso para el camino el hecho de ver la elección gratuita del Señor sobre uno mismo, aunque haga cada día más por desmerecerla, y poder contar esta experiencia a otros.
Tengo 23 años y vengo de la vecina ciudad de Alcorcón. Con el bautismo me vino la fe, un don que, creo, nunca ha desaparecido en mí. Estoy muy seguro de que mi madre y mis abuelos tienen mucho que ver en esto.
Mi infancia fue bastante normal, con amigos y ambientes sanos, hasta que cambió profundamente cuando, un domingo cualquiera poco después de haber recibido la Primera Comunión, mi párroco se acercó a mí y me propuso ser monaguillo. Quizá parezca algo insignificante, pero el “sí” que di aquel día ha sido muy importante para el resto de mi vida. Ahora explicaré el porqué.
Ya deseaba tiempo atrás ser monaguillo, por envidia de un amigo mío que lo era, ¡mientras que a mí nadie me había dicho nada! Cómo sabe el Señor aprovechar las circunstancias, pues, pasado un tiempo sirviendo junto al altar al sacerdote, empecé a sentir dentro de mí el profundo deseo de ser yo mismo aquél que recibía entre sus manos a Cristo cada vez que pronunciaba las palabras: “tomad y comed…”. Creo que este deseo tampoco se ha apagado del todo en ningún momento de mi vida.
En la adolescencia quedó algo oscurecido, ya que entró en mí la preocupación por mostrar una imagen ante los demás. En mi caso, esta imagen era la del “niño bueno”, que convivía, a la vez que luchaba, con el deseo de integrarme en los grupos de amigos que se iban formando en el instituto. Jamás he llegado a ser “niño malo”, pero es verdad que, cuando uno se centra en dar una imagen, en la apariencia, en el fondo en uno mismo, Jesús queda marginado de la vida, convirtiéndose, a lo sumo, en una idea o en un momento de la semana (la misa del domingo).
En 2010 se separaron mis padres. Fue un punto de inflexión, un momento de crisis que me dio una gran certeza: si Cristo no está en el centro de la vida, todo se desmorona. A partir de ahí comencé a ir al grupo de jóvenes de mi parroquia y a convivencias, a orar con más frecuencia, e incluso me confesé de verdad después de mucho tiempo. Entonces recordé aquel viejo deseo.
La JMJ de Madrid 2011 fue un impulso muy fuerte. En ella, según la “libre traducción” del seminarista que nos acompañaba (nuestro cura Tin), junto a mi memoria selectiva, el Papa nos dijo que no tuviésemos miedo a seguir lo que Dios nos pidiese, ya que Él nos daría la fuerza para cumplirlo. Esto coincidió con el divertido momento de enamorarme.
A partir de ese año comenzó una dura pelea entre mis planes y los de Dios: mientras me empezaba a gustar una chica, el Señor comenzaba a llamarme de manera insistente con las palabras del Evangelio: “Sígueme”; si comenzaba a salir con ella, todos los acontecimientos que me rodeaban eran para mí una llamada constante al sacerdocio; si me imaginaba mi futuro “feliz” (mi familia, mi carrera, mi…), encontraba entonces a personas que me señalaban la posibilidad de una felicidad mucho mayor…
Llegados a este punto, cuando me parecía que Dios quería fastidiarme la vida, comenzó a actuar verdaderamente su Espíritu. Y es que la oración cotidiana, ese contarle al Señor los temores y las dudas que uno tiene, al final acaba por surtir efecto. Porque comencé a percibir que la llamada a ser sacerdote, que desde los 10 años ya llevaba en mi corazón, no era un “marrón” o una jugarreta de un tirano, sino un auténtico don, un verdadero regalo que me había sido dado por pura misericordia, con todos mis pecados y miserias, como al publicano Mateo (cf. Mt 9, 9-13). Así, poco a poco, me fui acercando al Seminario, no sin tentaciones (que se prolongaron hasta el último verano). Y, en 2014, entré.
Tras todo esto, son ya cuatro años y medio los que llevo aquí. Es un tiempo de oro para dejar que Cristo vaya formando en mí, como desde niño deseé, su Corazón de Buen Pastor. No faltan las alegrías y las penas, las luces y las sombras, las gracias y los pecados. Sin embargo, todo está transido por la felicidad y la paz del corazón, que se siente tranquilo y descansado cuando está donde el Señor quiere e intenta hacer lo que a Él le agrada.
Rafael Marina Castellano
Seminarista de la Parroquia San Juan de Ávila
18 de marzo de 2019
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