Como cada año, el grupo de jóvenes y la Congregación Mariana de la parroquia realizaron una convivencia. Debido a las múltiples dificultades que ha acarreado el covid-19, se vieron obligados a suspender el viaje que iban a realizar a Navarra, donde iban a ahondar en las figuras de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier. Sin embargo, eso no impidió que la convivencia pudiera tener lugar.
El primer día, los jóvenes comenzaron su encuentro con un retiro espiritual enfocado en el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. Concretamente, meditaron acerca de su primera estrofa:
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras de ti clamando, y ya eras ido.
En esta primera estrofa, el alma expresa el deseo de tener al Señor, de que Él permanezca en ella. En su explicación, San Juan de la Cruz exhorta al alma a buscar al Amado, ya que la vida es breve y ya está tardando. También explica que lo encontrará en su interior, donde Dios mora escondido.
Después del retiro y la Misa, el grupo tiene la oportunidad de compartir una hora con Mons. José Ignacio Munilla, obispo de la diócesis de San Sebastián. En el encuentro, que tiene lugar por videollamada, Munilla les invita a hacerse preguntas y reflexionar acerca de su vida y el paso de Dios a través de ella en múltiples y diversas formas.
Por la tarde, los jóvenes de nuestra parroquia pudieron disfrutar de un torneo deportivo, compitiendo entre ellos con partidos de voleibol y fútbol.
Al día siguiente, se reunieron temprano para viajar hasta Segovia. Fueron hasta las Hoces del río Duratón, donde se subieron a las piraguas para navegar mientras conocían la historia y la vida de los buitres leonados, en la que es la mayor reserva de esta especie de ave en toda Europa.
Además, se encontraron con los restos de un monasterio que, según la tradición, se derrumbó en el siglo XV, tan solo sobreviviendo la capilla. La reina Isabel la Católica contribuyó a la reconstrucción del edificio a cambio de que pudiera alojarse en él cuando pasara por el lugar, condición que los monjes que lo residían aceptaron.
Después de un rato de remo en el río y el posterior almuerzo, los jóvenes se trasladaron hasta la ciudad de Segovia. Y es que, en las afueras de este municipio, se sitúa la iglesia donde residen los restos mortales de San Juan de la Cruz. Allí, tuvieron la oportunidad de tener un rato de oración a la luz de un texto de Santa Teresa de Lisieux, que manifestaba desear ser todas las vocaciones. Sin embargo, explicaba que, “si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos.
Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor”. Viendo que el amor es el que mueve todo en la Iglesia, exclama la santa, exultante: “¡Jesús mío, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor!”
Después del rato de oración, tuvieron la oportunidad de celebrar la Misa en la capilla donde se sitúa la sepultura del santo místico y poeta. Después de esto y una reunión por grupos, en la que conversaron sobre el ordenamiento de los deseos y la seria empresa de la santidad, no quisieron marcharse sin antes pasar a visitar a su Madre, la Virgen, que protege a Segovia desde su santuario bajo la advocación de Nuestra Señora de la Fuencisla.
El tercer día, finalmente, los jóvenes fueron a Cercedilla para ascender la montaña de Montón de Trigo, situada junto a los Siete Picos. Entre cantos al son de la guitarra, caminaron entre los caminos y las rocas hasta la cima, desde donde se veía, a un lado, toda la llanura de Castilla y León y, al otro, las tierras madrileñas.
Los jóvenes celebraron la Misa nada más llegar a la cima. En este altar de la Creación se vivió el Misterio Eucarístico que une el Cielo y la tierra, que, a través de Cristo, abre las puertas del Paraíso a todo el género humano.
Tras la celebración de la Eucaristía, comieron y descansaron. No bajaron del pico de la montaña sin antes haber tenido un rato de oración, esta vez con una carta de San Francisco Javier a San Ignacio de Loyola. En la epístola, titulada ‘Sed de almas’, el santo navarro expresa su deseo por que todos los cristianos caigan en la cuenta de que la salvación se da a través del amor, dejándose amar por Cristo y correspondiendo a este amor en la forma que Dios le pida a cada uno: “Muchas veces me mueven pensamientos de ir (…), dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona a los que tienen más letras que voluntad, para disponerse a fructificar con ellas: «¡Cuántas almas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!»”.
En el texto, San Francisco Javier exhorta a los cristianos a dejar de lado la comodidad de las cosas del mundo para preocuparse de lo más importante, que es el amor a Dios y el cumplimiento de Su voluntad, anunciando en palabras y obras el Evangelio a todos, para que le conozcan y se puedan salvar.
Después de ese tiempo en intimidad con el Señor, en la que cada uno ha guardado un especial silencio mientras meditaba las palabras plasmadas en la carta ante la Creación, signo patente del amor de Dios, los jóvenes descienden la montaña y se dirigen al Alto del León. Desde el mirador, contemplan el atardecer al tiempo que rezan el Rosario.
Esa noche, cada joven del grupo regresa a la parroquia con el deseo de santificar su vida y que Dios dé fruto en ella. Cada uno desea, al regresar a su hogar, que su vida sea para la mayor gloria de Dios y para la vida del mundo.
Queremos agradecer a Silvia por las fotos y a John Valdés su reportaje. Pulsa aquí para acceder a su página.
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