Estamos ya en el cuarto domingo de Cuaresma y debido a las circunstancias excepciones que nos rodean que mejor que atender la meditación que Tin comparte con nosotros en este día.
Que el Señor nos acompañe en nuestros hogares.
Domingo IV de Cuaresma (22 – 03 – 2020)
Hoy el punto de partida es reconocer que todos estamos ciegos. Me explico: dice San Pablo que “todo fue creado por Él y para Él”; luego, cada uno de nosotros hemos sido creados por Él y para Él; y por tanto cada una de nuestras potencias y facultades se han de ordenar a Él. La vista nos sirve para percibir la luz y con ella la forma y el color de los objetos; pero ¿te sirve para ver a Dios? Imagino que la mayor parte de las veces no, como a mí. Estamos bastante ciegos, al menos tanto como el protagonista del evangelio de hoy…pero alégrate porque Jesús, como a él, quiere sanarte.
Todos nacimos ciegos. Es como si lleváramos de serie unas escamas en los ojos que nos impiden ver con claridad, fruto del pecado original. Unas escamas que con nuestros pecados se van haciendo cada vez más opacas e impiden que podamos ver a Dios en la realidad que nos rodea. Pero Cristo, el Buen Pastor, ha salido a por la oveja perdida; por el misterio de su encarnación ha conducido al género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; Cristo médico ha venido a sanarnos; Él, que es la luz del mundo, te va a hacer ver.
Esto es justo lo que vemos en el evangelio. Tal vez nos llame la atención y nos preguntemos: ¿Era necesario lo de la saliva, el barro, todo eso a los ojos, la piscina…? ¡Sí! Era necesario. Jesús quiere curar por medio de una acción sensible, muy sensible, en extremo sensible, para decirnos que nuestra curación va a ser también a través de signos sensibles. Dios que se quiso manchar las manos para crearnos, se las vuelve a manchar para redimirnos. Con los sacramentos sana, perfecciona, salva a la obra de sus manos; y el que era ciego vuelve con vista. Siete sacramentos para sanar siete modos desordenados de ver (los pecados capitales). Toma la materia que nos rodea (agua, pan y vino, aceite, un matrimonio…) y la sacramentaliza, “para que los que no ven, vean”. El que se deja sanar por Cristo, no puede no ver a Dios en toda la realidad, en lo más cotidiano. Y todo para creer en Dios. El ciego ha sido sanado, para poder ver al Hijo del hombre y viéndolo, creer en Él. “El Señor untó mis ojos: fui, me lavé, vi y creí en Dios”.
Puede parecer un poco desafortunado incidir tanto en la acción sacramental del Médico, teniendo en cuenta que justo ahora no podemos recurrir tan fácilmente a los sacramentos. No a todos, es verdad, pero sí a alguno. ¡Estás bautizado! ¡ya te has bañado en la fuente bautismal! ¡ya has sido iluminado! Recuerda que esa agua viva, que ya has recibido, se ha convertido dentro de ti en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. No es un don pasado sino que está llamado a crecer. La cuaresma, y toda la vida, es un camino para profundizar en nuestro bautismo; toda esta peregrinación tiene que ser un morir al hombre viejo, renunciar a tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, romper las cadenas que me atan al pecado; y vivir como lo que realmente eres, hijo de la luz y del día, hijo libre de Dios. No lo dudes, caminando así vas camino de la piscina de Siloé. Así Cristo te va devolviendo la vista y, por difícil que parezca, en todo verás a Dios.
El ciego, ya bañado, camina en la luz. Ve en el campo, que es la realidad que contemplan sus ojos, el Tesoro escondido por el que vale la pena dejarlo todo.
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