Nuestro seminarista Antonio comparte con nosotros la meditación correspondiente al tercer domingo de Pascua.
Domingo III de Pascua (26-4-20)
“¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?”
¡Necesitamos amigos en el Señor! No pienses que te vas a salvar solo, que tú con el Señor ya te bastas. Dios llamó a Abraham, sí, pero para salvar a un pueblo. Él sale a tu encuentro, pero lo hace por medio de un “prójimo”, tu “próximo”. Necesitamos amigos en el Señor, un compañero de viaje en la peregrinación de la vida. Dios nos ha creado para recorrer esta peregrinación viviendo la comunión en el amor.
Para unos ese amigo es, sin duda, su marido o su mujer, pero también hay que cultivar las amistades en la fe. Detente a pensarlo, y si no tienes, búscalo: del grupo de jóvenes de la parroquia, del de matrimonios, de la misa del domingo o de entre semana, los sacerdotes… Tenemos que hablar de la fe, compartir la alegría de Cristo Resucitado, crecer juntos hacia la santidad, rezar juntos el rosario, ir a misa… ¿Alguna vez has tenido una conversación sobre las cosas de Dios? Notas como te arde el corazón en el amor de Dios. Esta es la experiencia que sintieron los discípulos de Emaús.
Ellos eran amigos en el Señor, Él les había juntado, como nos ha juntado a nosotros en la Iglesia. Pero a veces en la vida de fe nos montamos unos esquemas que no coinciden con los planes del Señor. Quiero una vida tranquila con la misa, oración en la capilla, familia feliz… Y el Señor tiene otros planes. Muere en una cruz y lo trastoca todo para para que brote la fuente de la vida en ti, pero la amistad en Cristo también se ve arrastrada hacia Emaús, hacia la decepción, el desconsuelo, dar la espalda a la realidad.
Entonces, ¿para que quiero un amigo en el Señor? Si va a fracasar igual. Para nada, “porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” y “Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos”, aunque “sus ojos no eran capaces de reconocerlo”. Necesitamos amigos que nos lleven a Jesús en la debilidad, con los que vayamos juntos de vuelta a Jerusalén o cayendo hacia Emaús.
Porque, aunque no comprendamos, el Señor es ahí donde se manifiesta, entre nosotros, donde nos explica las escrituras y nos reparte el pan. He aquí el gran misterio de la amistad en el Señor, que Cristo no nos abandonará siempre que nos apoyemos en un hermano, que Cristo nos saldrá al encuentro cuando el día este de caída. Sólo en una amistad íntima nacerá el fuego de Cristo en nuestro corazones para que irradiemos la fe al mundo con valentía. No lo dudes, cuida tus amistades en el Señor, también ahora en la distancia. Nunca es tarde, y si te lo parece, vuelta a empezar.
Antonio, seminarista
Descargar: Meditación Domingo III Pascua.pdf
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