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Homilía del III Domingo de Cuaresma
Todos hemos asistido al aprovisionamiento masivo de estos días, si no es en directo al menos por televisión, y todos tenemos muy claro qué estante es el que antes se ha vaciado y cuál se ha convertido en el producto más cotizado. Hemos visto como lo que antes era un objeto corriente se ha convertido en un objeto de lujo.
Con todo y con eso, he de deciros que eso no es lo más necesario. ¿Qué es lo primero que si te quitan mueres? ¡El agua!, sin lugar a dudas. Y entonces… ¿Por qué nadie aprovisiona agua? Porque siempre tenemos. Pero, ¡ojo!, también siempre tenemos sed; lo que pasa es que como siempre tenemos cubierta esta necesidad no nos damos cuenta.
Ahora conviene entender esto no solo en sentido literal, sino también en sentido figurado o metafórico, tal y como nos sugieren las lecturas que acabamos de escuchar. Nuestra sed es nuestro deseo infinito de ser felices, de tener una vida plena. Mientras nuestras necesidades estén cubiertas -de esto ya se encargan- no hay problema. Pero cuando las dificultades crecen, como ahora, y no todo es tan seguro, la sed aumenta.
Y entonces nos puede pasar como al pueblo de Israel, y que nos dirijamos al Señor para decirle: “¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros?”, “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”. Solo es posible responder a esta pregunta con otra pregunta: ¿Qué es más grande tu sed de ser feliz o la sed que tiene Dios de que tú seas feliz? O dicho de otro modo: ¿Quién tiene más sed, tú de Dios o Dios de ti?
Dios no nos deja solos nunca. Tal y como hemos escuchado en la segunda lectura, “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” … ¿Cómo nos va a abandonar? Ya nos lo dice el profeta: “¿es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.” Estamos en manos de Dios, nuestro Padre, y Él cuida de nosotros. Y ahora que estamos sedientos, quiere saciarnos; Él, cuyo amor es infinito, es el único que puede colmar nuestro deseo infinito de plenitud.
Y la pregunta que hoy le podemos hacer es “¿Cómo, si no tienes cubo y el pozo es hondo?” Esta pregunta esconde, en realidad, la tentación de pensar que Dios no puede darme ya el agua viva. Si ya no puedo ir a Misa, si el templo permanece cerrado, si no tengo oportunidad de vivir la fe en mi grupo, si no puedo celebrar con mi comunidad… ¿cómo piensas hacerlo Señor?
A lo que el Señor responde, ahora como entonces, “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. Estés donde estés, el manantial, que es el Costado de Cristo, no se cierra. Con un bastón han golpeado la Roca que nos salva y de Ella no deja de fluir el agua viva. Aunque estos días el camino ordinario hacia la Fuente pueda estar cerrado o algo más complicado, ten por seguro que del Costado abierto de Cristo no deja de manar su amor por ti; ten por seguro que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”, y por tanto, que ya has recibido el agua viva para que se convierta dentro de ti en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna; ten por seguro que Dios, sediento de ti, dispone otros medios para saciarte.
Estos días de aislamiento no pueden, bajo ningún concepto, aislarnos de Dios. Tenemos que coger el toro por los cuernos y hacer del problema una oportunidad. Nos va la vida en ello. A más tiempo, más oración. Rezad juntos en casa. ¡Qué oportunidad para empezar a rezar el Rosario en familia! Leed más la Palabra de Dios, que Ella se convierta en nuestro pan cotidiano. Suplicad juntos a Dios, uníos en la acción de gracias. Que cada casa se convierta, de verdad, en una pequeña iglesia doméstica. Completemos, unidos en la oración, nuestra peregrinación hacia la Pascua. Por favor, ¡No os privéis del agua viva! Por favor, ¡No matéis de sed a Jesús! “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón”. ¡Dad a Dios el lugar que merece! Así, ni nosotros ni Él, nunca más tendremos sed.
“Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?”
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